– Hoy quería escribir, tenía todo el día para escribir, y lo he tirado por la borda contestando e-mails.
– ¿Por qué?
– No sé. A veces evitas ponerte a trabajar. Es una cosa extraña.
– ¿Por pereza?
– No, no.
– ¿Por qué?
– Por miedo.
No
se lo supe explicar, pero anoche, en la indefensión extrema de la
noche, en la claridad alucinada de la noche, mientras daba vueltas en la
cama, comprendí exactamente lo que quería decir. Por miedo a todo lo
que dejas sin escribir una vez que pasas a la acción. Por miedo a
concretar la idea, a encarcelarla, a deteriorarla, a mutilarla. Mientras
se mantienen en el rutilante limbo de lo imaginario, mientras son sólo
ideas y proyectos, tus libros son absolutamente maravillosos, los
mejores libros que jamás nadie ha escrito. Y es luego, cuando vas
clavándolos en la realidad palabra a palabra, como Nabokov clavaba a sus
pobres mariposas sobre el corcho, cuando los conviertes en cosas
inevitablemente muertas, en insectos crucificados, por más que los
recubra un triste polvo de oro.
R.Montero
R.Montero