En cuanto a las coincidencias de los libros, me parece un
recurso barato y sentimental; desde el punto de vista estético, siempre tienen
aspecto de putón verbenero. El trovador que pasa justo a tiempo para rescatar a
la chica de la refriega junto al seto vivo; los repentinos y siempre útiles
benefactores dickensianos; el impagable naufragio en una playa extranjera que
permite la reunión de los hermanos o los amantes. Una vez expresé el desprecio
que me inspira esta perezosa estratagema ante un poeta, un caballero que sin
duda era especialmente hábil para las coincidencias de la rima.
‑¿No
será ‑replicó él con humorística altanería‑ que tiene usted una mentalidad muy
prosaica?
‑Es
posible, pero no hay duda ‑contesté, bastante satisfecho de mi respuesta‑ de
que para juzgar la prosa no hay nada mejor que tener una mentalidad prosaica,
¿no le parece?
Si yo fuera
el dictador de la narrativa, prohibiría las coincidencias. Bueno,
quizá no del todo. Se pueden tolerar las coincidencias en la picaresca; ése
es su lugar. Venga, aprovéchense: dejen que el piloto cuyo paracaídas no se ha
abierto caiga en el almiar; que el pobre bondadoso con el pie gangrenado
descubra el tesoro enterrado; me parece bien. En realidad, no
importa...
J.Barnes